Eternidades en Escena

 Hoy despertar es una fiesta. La emoción nos atravesó porque volvemos al ruedo, a uno de nuestros hogares, junto a esta familia de oficio que elegimos y que también nos eligió.


Al mirar los vestuarios, nos encontramos con un espejo de nuestra historia compartida. Cada prenda trae consigo recuerdos de funciones pasadas, viajes, desafíos y alegrías. Cuando armamos los bolsos, no solo guardamos telas y objetos: también se despierta en nosotros la memoria corporal, esa que conserva gestos, escenas y las presencias de quienes caminaron con nosotros en distintos momentos.

Reencontrarnos es siempre una aventura. Algunos llegan juntos, otros en soledad, y algunos ya están allí esperando. Cada quien con su manera, con su tiempo, pero todos con el mismo deseo de volver a habitar este ritual.

El escenario se arma poco a poco. Hay quienes ordenan cada detalle con precisión, y quienes lo hacen de modo más libre y espontáneo. Entre telas, cables, música y vestuarios, se va tejiendo ese 
espacio que pronto se transformará en lugar de encuentro. Y junto con ese armado, también nos disponemos a recibir a la gente, al público que trae consigo expectativas, silencios y ganas de compartir.

Y entonces, casi sin darnos cuenta, todo se acomoda. El murmullo baja, la energía se concentra y la función comienza.

Ya no se si es la primera o la milésima vez: cada función se siente infinita. En cada una volvemos a encontrarnos con 
lo incierto, con lo que late y no se repite. Y en esa vivencia compartida, donde el tiempo parece detenerse, sentimos que rozamos algo que nos trasciende: una pequeña
 forma de eternidad.