Los Cadetes van al Frente








LOS CADETES VAN AL FRENTE.
Por Claudio Chaffone.
Era una noche lluviosa de septiembre. La Compañía OXO TEATRO estaba atravesando una de sus crisis de identidad más profundas. El elenco era de cinco personas, y por razones tanto artísticas como humanas, se avecinaba una ruptura, un cambio importante. Claro que nosotros, todavía, no lo sabíamos. Los actores somos muy ingenuos. A veces muy inocentes con respecto a los procesos grupales, ya que la llama de la pasión por el Teatro nos hace seguir adelante, hasta en las condiciones más adversas.
Más allá de los egos, de los procesos personales, de los objetivos en común, de los núcleos de poder, de las nociones de jerarquía y autoridad, y de las mil y una variantes que se dan entre las personas, el teatro, y en especial la función, por su carácter único e irrepetible, tiene un carácter Sagrado. Y es Sagrado en relación al sacrificio del actor, es Sagrado por la ceremonia casi sacerdotal que se realiza y es Sagrado por el encuentro que sucede entre los oficiantes y los participantes.
En esos momentos el actor Raúl Ramos, experimentado teatrero que venía del Teatro independiente, nos había conseguido unas funciones para realizar Cyrano en un colegio secundario de Grand Bourg, en la zona norte del gran Buenos Aires. A las once de la noche recibo el mensaje que una de las actrices, la actriz protagónica que realizaba el personaje de Roxana y varios personajes más, estaba con fiebre y se sentía muy mal. Esto es muy difícil de resolver. Ya que todo lo ensayado puede bajar de calidad si uno no tiene un reemplazo adecuado. Y en teatro independiente a veces somos pocos y no hay reemplazo. Entonces yo siempre sugiero que todos los actores conozcan la totalidad de la obra y todos los personajes, ya que si hay que hacerlo, como dice el dicho: la función debe continuar. Es por eso que siempre digo que en una Compañía Teatral hay que estar preparado y que siguiendo la ley de los números sagrados, toda obra que hacen doce actores, pueden hacerla siete, pueden hacerla cinco, pueden hacerla tres y puede hacerla un actor tomando el rol de juglar y trovador. Yo he visto a esos grandes juglares como Darío Fo, Facundo Cabral, Manel Barceló, que solos en un escenario, nos relatan una historia, y la magia de su talento nos transporta a un maravilloso cuento donde desfilan ejércitos, animales, batallas, montañas, tormentas, canciones y personajes variados, 
utilizando solamente dos nobles instrumento que son: su cuerpo y su voz. Yo he visto a esos grandes actores, que en momentos de incertidumbre como este, nos sirven de faros para iluminar nuestras dudas.
Intento llamar otras actrices. Todas durmiendo. Trato de tranquilizar a la actriz que se sentía muy mal, y por otro lado aviso a Raúl que era el nexo con el colegio. Claro. Hay un problema ético. Ofrecimos un espectáculo y tenemos que ir con otro. Dejamos que se resuelva a primer hora de la mañana, ya que la vicedirectora del colegio, además profesora de literatura, es quién tendría la última palabra en la decisión.
Voy a dormir con cierta incertidumbre. Los vestuarios colgados cerca de la puerta ya esperando su partida hacia la aventura. A eso de las dos de la mañana recibo la comunicación de que otro actor debe viajar con urgencia a Mar del Plata por enfermedad de su abuela. Esto se complica demasiado. Intento comunicarme con él. No puedo. Además tiene algunos elementos de utilería como las espadas. Me siento perdido. No insisto ni echo culpas ya que comprendo, y además nunca me gustó depender de nadie para salir al escenario. Pero me siento mal. Me gusta ganar o perder pero siempre peleando. Me acordé de Jean Louise Barrault, actor francés que en su autobiografía hablaba de LA LEY DEL CIRCO. Hay que salir a escena igual, pase lo que pase.
En la mañana se dan las últimas comunicaciones y la noticia que imaginaba. Los niños, algunos de los cuales nunca fueron al teatro, están esperando ver el teatro. Ay que dolor. Ahora la incertidumbre es total. Como capitán de barco tomé una decisión de la cual no me arrepiento. Vamos a hacer la función los tres actores que quedamos. Los llamo. Los dos están de acuerdo. Conseguimos otras espadas. Siempre los elencos deben tener dos juegos de utilería , de música y de todo lo indispensable, por si se pierde uno. “El hombre es bueno, controlado es mejor”, repetía mi padre siempre, frase que le agradezco. En el camino repasamos los papeles. Los actores van a debutar con un protagónico que no han ensayado. Planificamos las escenas y hay baches. Hay cambios en los que no da el tiempo, y hay escenas que no pueden hacerse. Seguimos tozudamente adelante. Es posible. Celeste consigue un vestido a las apuradas. A Santiago le pregunto si sabe los textos del personaje de Cristian y me dice, para mi alegría, que sabe toda la obra. Una excitación crece en nosotros a cada instante y al llegar al lugar vamos decididos. Yo estaba exultante. No sé porqué siempre, en los partidos de fútbol, a los que vulgarmente se llama picados, me gusta jugar con un jugador menos en el equipo. Nunca con un jugador más. Me gustan las empresas difíciles. Me gusta ir cuesta arriba mas que cuesta 
abajo. Me gusta escalar montañas mas que esquiar planicies en bajada. Y algo me decía que sí. Y salimos a la cancha. Que maravilla el teatro. Hacer un clásico con tres actores. Y el escenario era grande. Me impactó verme allí con dos jóvenes leales que me acompañaban. A medida que pasaba la obra nos íbamos afianzando, y nuestra energía se contagiaba. Sentí reír a los niños. Sentí su participación. Y sentí que estábamos contando una historia. La de Cyrano de Bergerac. Y que el espíritu de los Cadetes de La Gascuña, esos maravillosos soldados valientes, corajudos y alegres, que imaginó Rostand, estaba presente en el escenario. Al final, el aplauso. La satisfacción de la tarea cumplida. 



Ya en el lugar que hacía de camarín, al rato de terminada la función, llega la vicedirectora con tres niños. Uno muy alto. Los otros dos más pequeños. Tímidamente se acercaron, saludaron y algo vacilantes preguntaron “donde se estudiaba teatro”, pues querían aprender. Que satisfacción !!!. Para algo sirve lo que uno hace. Quizás sea el comienzo de un camino. El nacimiento de una vocación.
Y vuelvo a la escena final, el aplauso. El reconocimiento del público que quería ver teatro. Nosotros agotados y vitales Yo, vestido con mi traje de Cyrano y mi nariz. A mi lado los dos jóvenes actores que hicieron “ un toro “ como se dice en la jerga teatral, y a los costados, una espada y una guitarra, símbolos profundos que marcan a fuego en mi memoria esa heroica función, que gracias a la audacia de mis compañeros, Celeste y Santiago, pudo realizarse y que yo nunca, pero nunca... olvidaré.
Buenos Aires. Diciembre 2010.


CLAUDIO CHAFFONE
ACTOR / DIRECTOR. GRAL OXO TEATRO